lunes, 18 de febrero de 2019

LA HORA LENTA. De Ignacio Abella

Dijo el indio Gayle High Pine:
“Cada punto del espacio es el centro del universo, cada momento es el centro del tiempo, el único y precioso instante por el cual la Tierra se ha preparado desde su origen. Nada progresa, avanza, ni mejora. Un árbol de tres pies de altura no es superior ni inferior a un árbol de treinta pies. No es nunca ni superior ni inferior a lo que era o a lo que será. Ha de estar siempre en armonía consigo mismo.”

El progreso tecnológico y la acumulación, que parecen ser la meta del crecimiento humano, socavan los mismos cimientos de esta civilización productivista. Una civilización que parece progresar tanto materialmente en el primer mundo,  como retroceder en humanidad y conciencia planetaria.

Existe por supuesto un legítimo deseo inherente al ser humano, de mejorar en todos los sentidos, pero en un lado esencial de cada uno de nosotros jamás podrá avanzar o retroceder en ningún modo. Esta esencia vive en el presente y forma parte de nuestra más profunda identidad y cuando la recordamos, nos reconciliamos con nosotros mismos y regresamos al vislumbre del paraíso.

Y es que nuestro tiempo, todo tiempo, es sagrado. Como dice Michel Ende por boca del Maestro Hora:
 “Todo el tiempo que no se percibe con el corazón está  tan  perdido  como  los  colores  del  arco  iris  para  un ciego  o  el  canto  de  un  pájaro  para  un  sordo”.
Sí, cada época tiene sus hombres grises, ladrones y especuladores del tiempo y de la felicidad. Y en cada generación y para cada persona hay una revolución pendiente que consiste en encontrar el propio tiempo perdido. Quizá podamos detener el mundo una hora y frente a la prisa, el desaforado consumo, el crecimiento hacia ninguna parte al que nos abocan los hombres grises.

Frente a la búsqueda compulsiva de ínsulas extrañas, existe siempre un lugar sosegado, al pie de los árboles, una dimensión luminosa que apenas deja huella pero nos transforma de manera profunda e indeleble.
Es el tiempo que corre hacia uno mismo. En esta larga canícula lo encontrarás. Cuando las cigarras cantan de día y de noche y los crepúsculos se alargan hasta el infinito.
A la sombra del árbol venerable, el Maestro Hora de “Momo”, de Michael Ende,  se detiene un instante para descansar, e imparte su enseñanza poética, sin prisas pero sin pausas, sobre el curso de las constelaciones y el devenir de las eras, sobre la longevidad de los robles y lo efímero de las flores.

Si te lo permites, puedes al fin sentarte a ver cómo nace o se pone el sol o cómo se mueven los árboles en la aparente quietud, puedes detenerte a charlar con el vecino o perderte en los bosques de la montaña.
Cuenta la historia sufí que, en esa hora lenta, el avaro descubrió la futilidad de toda su vida. Tras una existencia de privaciones y renuncias para acumular su inmensa fortuna, decidió  pasar un año gozando de sus ahorros, sin privarse de nada. Justo entonces llegó el Ángel de la Muerte reclamando lo que era suyo. El avaro intentó sobornarlo ofreciéndole dinero y posesiones, pero por más que insistió no logró comprar un solo minuto.

Al fin tras muchos ruegos obtuvo el tiempo suficiente para escribir un mensaje destinado a los seres humanos, decía así:
“Haz buen uso de tu vida. Yo no pude comprar ni siquiera una hora por trescientos mil dinares. Asegúrate de comprender el valor de tu tiempo".

Texto escrito por Ignacio Abella. Para saber más, consultar “Momo”, de Michael Ende.

3 comentarios:

  1. MOMO, MICHAEL ENDE: LA EXTRAÑA HISTORIA DE LOS LADRONES DEL TIEMPO Y DE LA NIÑA QUE LO DEVOLVIÓ A LOS HOMBRES https://www.fabulantes.com/2016/05/momo-michael-ende/https://www.fabulantes.com/2016/05/momo-michael-ende/

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